miércoles, 23 de marzo de 2016

Depresión infantil

La depresión no sólo es cosa de adultos. A pesar de que su existencia en la infancia ha sido cuestionada durante muchos años, lo cierto es que también afecta a niños y niñas, siendo básicamente similar a la de los adultos aunque con algunas variaciones en su expresión.
Tanto es así que, según la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia de la depresión infantil se sitúa en torno a un 3%, aumentando este porcentaje conforme aumenta la edad, correspondiendo así a un 6% en la adolescencia.

Ahora bien, hay que distinguir cuándo realmente hay una depresión y cuándo el niño solamente está triste, ya que muchas veces los niños, al igual que los adultos, se ponen tristes. Pero eso no significa que estén deprimidos. Cuando hablamos de depresión estamos hablando de un problema complejo, de un trastorno del estado de ánimo, constituido por sentimientos negativos, conductas inadecuadas y pensamientos distorsionados. En este sentido, el niño deprimido está mucho más triste, más a menudo, y durante más tiempo. Pero en cualquier caso, para conocer si un niño presenta depresión o no debe ser evaluado por un profesional de la salud mental.



Aunque no existan dos depresiones exactamente iguales, en función de la edad se presentan una serie de síntomas. En este sentido, aunque la depresión de un niño y la de un adolescente constituyen el mismo trastorno, los cambios biológicos, psicológicos y sociales que se dan con la edad explican que la depresión muestre ligeras variaciones en función de las etapas del desarrollo infantil. Así pues, los principales síntomas clínicos acompañantes en la depresión infanto-juvenil en función de su edad son:
Niños/as menores de 7 años. El síntoma más frecuente es la ansiedad y ánimo deprimido. Se muestra irritabilidad, rabietas frecuentes, llanto inmotivado, o quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales). También se manifiesta una pérdida de interés por los juegos habituales, alteraciones del sueño, cansancio excesivo o falta de voluntad o de energía para hacer algo o para moverse. Asimismo, pueden presentar variaciones de peso, retraso psicomotor o dificultad en el desarrollo emocional.
En los niños pequeños, el trastorno depresivo mayor se asocia con frecuencia con los trastornos de ansiedad, las fobias escolares y los problemas de control de esfínteres (encopresis y/o enuresis).
Niños/as de entre 7 años y adolescentes. Los síntomas se presentan fundamentalmente en 3 ámbitos:
a) Ámbito afectivo y conductual: irritabilidad, agresividad, agitación o inhibición psicomotriz, astenia, apatía, tristeza, sensación frecuente de aburrimiento, culpabilidad, y en ocasiones, ideas recurrentes de muerte.
b) Ámbito cognitivo y escolar: baja autoestima, falta de concentración, disminución del rendimiento escolar, fobia escolar, trastornos de conducta en el colegio y en la relación con los pares.
c) Ámbito somático: dolores abdominales, cefaleas, problemas en el control de esfínteres, trastornos del sueño, bajo peso, y disminución o aumento del apetito.
AdolescentesAparecen más conductas negativistas y disociales, consumo de alcohol y sustancias, irritabilidad, inquietud, mal humor y agresividad. Asimismo, sentimientos de no ser aceptado, falta de colaboración con la familia, aislamiento, descuido del aseo personal y autocuidado, hipersensibilidad con retraimiento social, tristeza, anhedonia, autorreproches, disgusto por la imagen corporal propia y disminución de la autoestima. En ocasiones pueden tener ideas catastrofistas y pensamientos relativos al suicidio.
Es frecuente que el trastorno depresivo se presente asociado a trastornos disociales, trastornos de ansiedad, trastornos por déficit de atención, trastornos por abuso de sustancias y trastornos de la conducta alimentaria.

Entre las principales causas de la depresión infantil,  se da una interacción de variables tanto de carácter biológico como social. No obstante, es necesaria la existencia de una vulnerabilidad personal, familiar y ambiental que facilite el desarrollo del trastorno. En este sentido, la depresión puede surgir a causa de "cambios importantes” y estrés como resultado de la pérdida de alguno de los progenitores, un divorcio, problemas familiares, o dificultades en la interacción con otros niños/as, entre otros.
Las consecuencias de la depresión afectan tanto al ámbito personal, como social, familiar y escolar del niño/a. Así pues, la repercusión de los síntomas descritos anteriormente se reflejará en el área escolar por un bajo rendimiento académico. Por otra parte, las relaciones sociales y familiares también se verán alteradas por su inestabilidad emocional y su posible tendencia al aislamiento. Todo ello suele desembocar en un retraso en el desarrollo intelectual y social del menor. 
Por último, al igual que en el caso de la depresión adulta, el tratamiento de la depresión infantil debe ser individualizado, adaptándolo al niño/a y a su fase de desarrollo, y teniendo en cuenta su funcionamiento cognitivo, maduración afectiva y su capacidad de mantener la atención. Resultará indispensable que en el tratamiento se involucre a los padres, interviniendo en el entorno del niño (familiar, social y escolar). Asimismo, el tratamiento será de índole psicológico, combinado con fármacos prescritos por el médico especialista, en el caso que se considerase necesario.
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